El testimonio experiencial del Hermano José Mª Ferre nos traslada al tiempo en que segaron la vida de los Mártires de Bugobe.
José María Ferre (Alicante, 20-10-1946) es un Hermano que vivió muy de cerca el asesinato de los Mártires de Bugobe. Su testimonio experiencial nos traslada a aquella época y a aquel terrible momento en el que segaron la vida de Servando, Miguel Ángel, Julio y Fernando. Sin embargo, hoy, un cuarto de siglo después -y mientras él acumula tres en este mundo- su recuerdo sigue muy vivo en Maristas.
Víctor Recuerda, del Equipo de Comunicación y Marketing de la provincia marista Mediterránea, ha conversado con con José María en la siguiente entrevista.
Para empezar, ¿podría situarnos si hablamos de los Mártires de Bugobe?
En esencia hablamos de una comunidad de Hermanos. Pero empecemos por el principio: Entre la antigua Zaire y Ruanda, un grupo de hermanos ruandeses decidieron abrir una comunidad en el campo para atender a los refugiados del conflicto bélico entre hutus y tutsis; pero se vio que era mejor tener una comunidad formada por hermanos extranjeros, ajenos al conflicto. El Superior General intervino, solicitó hermanos voluntarios para esta delicada misión y fueron elegidos Miguel Ángel Isla, Servando Mayor, Julio Rodríguez y Fernando de la Fuente.
¿Era un grupo que ya se conocía?
No. Venían de lugares distintos, de experiencias diferentes. Miguel Ángel era burgalés, pero desde joven había vivido en Argentina; luego marchó al continente africano y estaba trabajando en Costa de Marfil. Fernando, también español, tenía nacionalidad chilena, país en el que había vivido y trabajado durante años. Servando era burgalés; siempre trabajó en Andalucía donde dejó recuerdos imborrables como profesor y al frente de las actividades pastorales. Y Julio había nacido en Valladolid, trabajó en diversos colegios de la llamada Provincia de Madrid, y llevaba ya varios años como misionero en el Congo. Los cuatro enfrentaron el reto de formar una comunidad religiosa de hermanos consagrados, con todo lo que eso implica… Y ponerse al servicio de los millares de refugiados.
Y se convirtieron en mártires porque, lamentablemente, fueron asesinados.
Los cuatro fueron asesinados, es cierto, pero fue algo más. Era una comunidad la que entregaba la vida. Tuvieron que dialogar mucho, discernir juntos lo que el Señor les pedía ante el cariz de los acontecimientos. Y ese Jesús que los había convocado sin que se conocieran, les invitaba a decidir, como comunidad, si estaban dispuestos a correr el riesgo. Y optaron por quedarse. Opción personal pero también de grupo, de comunidad atenta a los susurros de Dios en los oídos del corazón. Con esta perspectiva comunitaria, su ejemplo se enriquece. Son un estímulo para quienes creemos que la vida cristiana se construye en comunidad.
Lo suyo fue una opción personal pero también de grupo, de comunidad atenta a los susurros de Dios en los oídos del corazón. Con esta perspectiva comunitaria, su ejemplo se enriquece. Son un estímulo para quienes creemos que la vida cristiana se construye en comunidad.
¿Cómo se vivió el fatal desenlace?
La noticia del asesinato de los cuatro hermanos maristas de Bugobe nos llegó como una bomba. Nos informó el Ministerio de Asuntos Exteriores: “Un grupo de maristas que estaba en el campo de refugiados de Bugobe ha sido masacrado y sus cuerpos arrojados a una fosa séptica. Por favor, informen a las familias cuanto antes. La noticia va a hacerse pública en el telediario de las 15h”. Me apoyé en la pared y no supe cómo reaccionar: me saltaban las lágrimas. Pero la cruda realidad me hizo despertar… el impacto mediático fue enorme.
¿Eran muy conocidos los Maristas?
No lo sé, pero sin duda nos hubiese gustado no serlo por una noticia así. Radios, cadenas de TV, fotógrafos, periodistas, agencias… todos preguntaban y querían saber más… Además, hubo mucha confusión en las noticias en relación con la identidad de los cuatro asesinados: se habló de cooperantes, voluntarios, turistas, misioneros, sacerdotes, padres… ¡Hermanos, eran Hermanos! Repetimos ese mensaje a diestro y siniestro a través del grupo que habíamos creado para relacionarnos con los medios de comunicación y yo fui el portavoz. Machacamos las ideas fundamentales: que eran hermanos maristas que habían consagrado sus vidas a Jesús; que habían optado por vivir en el campo por su fraternidad con los refugiados; y que, aun pudiendo escapar, habían optado por ser hermanos de esa gente y no abandonarlos.
Hermanos hasta el final ¿no?
Efectivamente. Hermanos, que amaron, hasta el final. Es cierto que hubieran podido huir, pero habían escrito: “Un hermano no abandona a su hermano más débil en momentos difíciles”. Cuando la amenaza de un ataque hizo crecer la tensión en el campo, se marcharon muchas organizaciones. Una anciana se acercó a la casita de los hermanos y les dijo: “¿Os vais a ir también vosotros? Sois el único signo de que Dios no nos ha dejado, y que nos sigue queriendo”.
Supongo que sería muy complicado abordar este asunto.
Fue muy duro. Sin embargo, el sacrificio de los cuatro Hermanos de Bugobe nos dio la ocasión de anunciar a los cuatro vientos lo que significa ser hermanos de Jesús, hermanos entre nosotros y hermanos de los demás. Vivir la fraternidad es algo esencial para nosotros, y por eso llevamos el nombre de Hermanos, que refleja nuestra identidad. Ser hermano no es un título, sino un programa de vida.
¿Tiene algún recuerdo especial de aquellos momentos?
Muchos, pero destacaré uno. Cuando parecía que el frenesí mediático amainaba, un hecho reavivó el fuego de los sentimientos más íntimos. Una religiosa que acababa de llegar del Congo trajo algo para nosotros. Es imborrable el recuerdo de la Hermana ofreciéndome una bolsa de lona roja: “Nos dejaron salir sólo con una bolsa de mano, así que metí algunos objetos personales y esto, que pensé que os interesaría”. Y de la bolsa extrajo la conocida imagen del Cristo de Bugobe, del Cristo roto. Durante muchos días había guardado una sangre fría que no sé todavía cómo explicar, pero, delante del Cristo, me derrumbé; porque aquel Cristo no hablaba, ¡gritaba! Era la imagen que presidía el oratorio de los maristas asesinados, era el testigo de sus diálogos, de sus decisiones, de su martirio. Ese Cristo Roto que da sentido, sentido a todo lo que hicieron y al amor fraterno que demostraron.
¿Alguna otra cuestión que destacaría?
Los recuerdos se agolpan en mi mente, pero me gustaría mencionar la presencia de la Virgen con ellos. Me explico. Entre los escombros apareció el Cristo Roto, una sotana manchada con la arcilla roja, dos agendas donde Miguel Ángel escribía regularmente su diario… Y una estatuilla de María. No sabemos cómo llegó hasta el oratorio de los Hermanos.
Lo importante es que la tenían allí, junto al hijo crucificado, haciendo revivir el conocido pasaje evangélico: Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre… (Juan 19, 25). Y la imagen, de poco valor material pero rebosante de carga simbólica, ha llegado hasta nosotros. María representa mucho para todos los maristas en nuestro caminar peregrino hacia Jesús y seguro que no fue difícil para los cuatro maristas descubrir cientos de imágenes de María entre las mujeres del campo de refugiados.
¿Ha cambiado en algo su visión de aquello?
Personalmente, tuve que esperar días para poner nombre a todo lo vivido y sentido, pero, desde entonces, a la luz serena de Dios, lo experimentado se mantiene: mi primera reacción fue de rabia, mucha rabia por ese asesinato, y muchas ganas de llorar; me repetí muchas veces el por qué había pasado eso. Pero también sentí orgullo y gozo a medida que fui captando la grandeza de su martirio. Me sentí alegre, feliz de pertenecer a una familia religiosa que produce personas de esa talla humana y espiritual. Y, además, tuve una segunda reacción, en la que me sentí profundamente interpelado por el ejemplo de los cuatro hermanos, por su testimonio. Los conocía, sabía sus valores y sus limitaciones, pero sólo de lejos pude intuir su grandeza de espíritu. Su ejemplo, su testimonio, me interpelaban entonces y me siguen interpelando ahora, 25 años después.
¿Se podría decir que son un auténtico mensaje de fe?
Los cuatro Hermanos de Bugobe han sido y siguen siendo nuestros profetas, con su vida y con su muerte. Y muchos otros con ellos. No podemos dejar de escucharlos ni permitir que se apague su grito. Y no es el único ejemplo, ya que, por desgracia, dos sacerdotes y tres cooperantes, también españoles, fueron asesinados en Ruanda y el Congo entre 1994 y 1997. Y, en el propio ámbito marista, hubo más víctimas y otros casos de heroísmo en ese mismo contexto. Los Hermanos Chris Mannion y Joseph Rushigajiki fueron abatidos; el H. Provincial, Etienne Rwesa fue matado junto a unas religiosas; los HH. Gaspard, Fabien y Canisius; y miles y miles de personas anónimas que fueron masacradas durante este dramático genocidio.
Su ejemplo, su testimonio, me interpelaban entonces y me siguen interpelando ahora, 25 años después. No podemos dejar de escucharlos ni permitir que se apague su grito.
Toda muerte violenta es terrible.
Sin duda. Comprendo que la prensa española se volcara en nuestros hermanos maristas, pues eran connacionales. Y es bueno mantener vivo su recuerdo porque fueron realmente héroes. Pero sin olvidar a tantas otras víctimas, con nombre o sin él, de las que solo Dios conoce el corazón. El martirio de nuestros cuatro hermanos es un grito de paz, de compasión, de solidaridad y de fraternidad ante la violencia, la discriminación y el odio que siguen vivos en nuestro mundo. Los mártires están ahí, con reconocimiento oficial o no, con sus debilidades y sus heroísmos. El recuerdo anual de nuestros mártires de Bugobe sigue siendo una llamada provocadora a nuestras conciencias. Nos cuestiona cómo acogemos a quien es ‘diferente’ por raza, religión, carácter, cultura o clase social.
El martirio de nuestros cuatro hermanos es un grito de paz, de compasión, de solidaridad y de fraternidad ante la violencia, la discriminación y el odio que siguen vivos en nuestro mundo.
Autor: Víctor RH
Equipo de Comunicación y Marketing
Provincia Marista Mediterránea