En la 25 Cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático organizada en Madrid aterrizaron 196 delegaciones y medio centenar de jefes de Estado. La COP25, "la más larga de la historia", según su presidenta, la chilena Carolina Schmidt nació fallida por la incapacidad de lograr acuerdos legalmente vinculantes que comprometieran a los países asistentes. A pesar de acabar dos días después de lo que debía, no se consiguieron los objetivos que se había fijado.
En estas reuniones climáticas se pronuncian brillantes discursos que hablan de emergencia climática, pero se presentan pocos planes concretos para limitar aún más las emisiones de dióxido de carbono que alteran el clima de la Tierra. A pesar de que la conciencia pública sobre la crisis climática haya crecido en 2019 gracias a las protestas masivas de los jóvenes en todo el mundo, la respuesta política está muy lejos de atajar el desafío en cuestión; se adopta un raquítico compromiso de mínimos, precisamente en un momento en que los efectos del cambio climático (incendios forestales, deshielo de los polos, aumento de emisiones de gases de efecto invernadero… ) se intensifican en uno de los años más cálidos registrados.
Todos somos conscientes de lo que implica afrontar una emergencia, pero ¿por qué la emergencia climática no lleva asociada la puesta en marcha de acciones rápidas y contundentes que detengan la tendencia actual? ¿Qué hipoteca climática estamos dispuestos a trasferir a nuestros hijos? ¿No nos preocupa poner en riesgo aún más la salud y el futuro de nuestros niños y adolescentes degradando sin límites la casa de todos?
Desde la modesta y humilde influencia que puedan ejercer estas palabras nos sumamos a la denuncia de esta falta de compromiso por parte de los que tienen la capacidad de revertir la situación, al mismo tiempo que adoptamos la tarea de implicarnos con honestidad, valentía y responsabilidad en pequeñas acciones que están a nuestro alcance para cuidar, como pide el papa Francisco en la encíclica "Laudato Si’", la “casa común” de todos. Como ese mismo documento recoge, un cambio en nuestros estilos de vida “podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas”.
Como granito de arena de la implicación que la comunidad educativa marista está aportando en este asunto tan grave hemos querido traer a las páginas centrales de este número un breve muestrario de proyectos de carácter ecológico que miran hacia ese cuidado de la casa común. Queremos dar visibilidad a proyectos como estos que reclaman un cambio de aptitud por el bienestar del planeta.
En medio del tiempo cuaresmal en el que estamos os invitamos a adheriros a la “conversión ecológica” tan necesaria para tomarnos en serio la casa de todos, para reafirmarnos en la convicción de que queremos dejar un planeta habitable para aquellos que nos sucederán.