Era la segunda semana de formación de función directiva, allí estaba yo acompañado de mis tres compañeros de la provincia. Cómo había cambiado la situación respecto a la primera semana.
Era una tarde de otoño, estaba solo sentado y mirando por la ventana del AVE contemplaba como me alejaba de mi casa, familia y amigos a un destino llamado Xaudaró del que había oído hablar pero que no tenía ni la más remota idea de dónde estaba, cómo era… Mis pensamientos eran constantes preguntas recurrentes sobre lo que íbamos a hacer, ¿cuáles iban a ser mis expectativas? y se me serviría en un futuro próximo o inmediato.
Ahora era invierno y estaba acompañado de tres amigos, no únicamente compañeros de viaje y con el mismo rumbo, sino que se había transformado una situación en algo más profunda que hasta que no lo vives no acabas de entenderlo. Siendo el mismo viaje, al cabo de muy poco tiempo, ya estábamos buscando el coche bar para hacer esa tarde de invierno más amena y en dónde lo de menos era el objetivo sino el contarnos ¿qué habíamos hecho?, ¿cómo iba nuestra familia? y al final alguna anécdota o divertimento de nuestro colegio, todo ello en un ambiente afable, relajado y sosegado.
Habíamos llegado a Madrid, Puerta de Atocha, y no parábamos de ir rápido en dirección al cercanías con la intención de no perder el tren que nos llevaría rápido a la estación de Ramón y Cajal. Otros amigos y compañeros ya estaban esperándonos en Xaudaró para cenar el domingo por la noche.
Nos quedaban por delante 5 largos días, de los cuales tres de ellos debíamos hacer 4 momentos de formación de dos horas cada uno con un descanso de media hora en la que poder hacer un tentempié y cargar las baterías. Los otros dos días eran el miércoles en el que haríamos la salida por Madrid y el viernes que tras la comida todos nos dispondríamos para ir de vuelta a nuestra casa.
Quiero destacar esos momentos en los que, tras dos horas de formación, todos incluido los formadores, estábamos esperando una sombra tras la luna de la puerta, tal que alma en pena, a nuestros siempre acompañantes Andreu y Ángel, era la señal que indicaba que el tiempo había acabado. Aquí no había ni timbres ni música como en mi cole, pero si la presencia, tal que San Marcelino, de nuestra querida y estimada pareja.
Todos los días después de desayunar, hacíamos un momento de oración, que más que ello es un momento de encuentro a nosotros mismos y a dar sentido a todas las cosas que llegamos a hacer pero que muchas veces no paramos a pensar por la velocidad terminal que llevamos todos.
Al medio día, sin un orden establecido, pero perfectamente coordinados, íbamos cogiendo nuestros platos y nos disponíamos a servirnos la comida, que era variada y equilibrada. De hecho, muchos de nosotros hacíamos intenciones de no comer en exceso para no coger algunos kilos de más.
Que decir de la formación, tanto los ponentes como las dinámicas, intentan en todo momento hacerlo de lo más entretenido y de fácil aplicación. Cuando acababa algún contertulio, nuestro amigo y compañero de Cádiz pero que viene de Valencia, un Crack en lo del arte y la traducción simultánea, dedicaba un dibujo que todos estábamos esperando. Toda una obra de arte que le ofrecía de forma altruista a la persona escogida. Todo un honor para el que lo recibía aunque ahora tocara escoger el marco que hiciera crédito a tal obra.
Llegó el día tan esperado de la visita al centro de Madrid desde Plaza de Colón con nuestro vicesecretario y gran guía turístico que hizo una “disertación” de la historia reciente de Madrid junto con los monumentos, parque del Buen Retiro y haciendo una parada en la Iglesia de San Jerónimo el Real. Parada obligatoria en Puerta del Sol junto con foto grupal y Km0. Luego fuimos al teatro, pero hicimos alguna parada para aquellos que teníamos problemas de prótola o sencillamente para hidratarnos. Fuimos sumamente cuidados por Andreu y el Vice que nos esperaban en el Km0 con mucha puntualidad para ir al teatro de Gran Vía a ver la Función del Método Gronholm. Método que no sé por qué parece que es adecuado para los que tenemos algunos años en la enseñanza – cuestión de inestabilidad emocional -.
Acabamos la velada con una cena en una taberna próxima al Teatro, donde pudimos reír y comentar de todo y al acabar dirigirnos hacia la parada del autobús que nos llevaría junto a Xaudaró.
El jueves tras la formación, pudimos juntarnos, reír y compartir un momento de karaoke hasta la recogida final. No es mi caso, pero debo decir que tenemos compañeros con dotes para OT. Por supuesto decir que el Bilbao ganó al Barça y nuestro gran amigo Garikoitz no pudo contenerse y lanzarse al suelo al ver el gol que realizaba su equipo en tiempo de descuento. Algo que nos hizo recordar el comentario que le dijo un hermano marista en tiempos de juventud y que a día de hoy recuerda con mucho cariño “vete ya y no peques más”.
A la mañana siguiente, preparamos las maletas y, tras la comida, después de acabar la formación y la valoración de esos casi seis días, y esperando esos correos “electrógenos” nos dispusimos al momento de los adioses con ganas de volver a nuestra casa, pero con mucha de emoción y cariño que nos dejábamos en Madrid
La verdad es que te das cuenta de lo separados que estamos por nuestras ciudades y lo cercanos y parecidos que somos.
Han sido muchas las formaciones a lo largo de nuestra vida, pero al cabo de los años las que más te dejan y marcan son las que te tocan el corazón. Ese aspecto de la persona que trabajamos con nuestros niños y jóvenes pero que en ocasiones olvidamos. Es por todo ello que cuando se me pidió describir la formación de la segunda semana de función directiva no he querido prescindir de algo que tenemos todos los Maristas en nuestro DNI y eso es educar y valorar los sentimientos y emociones.
Gracia a este “viaje emocionante”.
Ósacar Vilches Herráez. Colegio Maristes Rubí. Rubí (Barcelona). Prov. L'Hermitage