La situación de excepcionalidad impuesta por el estado de alarma sanitaria para luchar contra la pandemia causada por la COVID-19, convertirá lo que estamos viviendo en un momento histórico que recordaremos el resto de nuestras vidas.
Y los más pequeños o los que han nacido en este «covidficado» 2020 lo estudiarán con toda seguridad en los libros de historia. Las hemerotecas estarán bien abastecidas para su consulta y, tal vez, los números que ahora son motivo de enfrentamientos y desavenencias políticas ya se habrán aclarado.
El misterioso virus alteró nuestra realidad (también la de esta redacción) y nos impuso un ritmo que desconocíamos. Destrozó nuestros planes y agendas y obligó a reorganizar nuestras vidas como nunca lo habíamos hecho antes. Nos dimos cuenta de que todo lo programado se puede cancelar (reuniones, pascuas, campamentos, misas, actividades deportivas…) o que hay otras formas distintas de hacer casi todo. También de dar clase. Ahí sí que los educadores tuvieron que «ponerse las pilas» y realizar un inmenso trabajo de adaptación, porque la suya era una tarea inaplazable. Uno de esos trabajos esenciales en la sombra de cada casa, pegados a la pantalla por tiempo indefinido, con horarios que imponían una flexibilidad, creatividad y habilidades propias del mejor de los malabaristas en gestión
y transmisión de contenidos. Eso sí, con la complicidad de las familias, una alianza sin la que hubiese sido imposible afrontar la tarea educativa.
Reaprendimos que del cuidado y responsabilidad personal en la aplicación de las medidas preventivas dependía el bien colectivo, el bien de todos. La solidaridad ha adquirido una dimensión extraordinaria en sus múltiples y variadísimas formas de expresarse (la edición de este número está precisamente salpicada de gestos de solidaridad en la mayoría de sus páginas) y la dimensión mundial del problema nos
hermanó a todos como ciudadanos globales a través de ese gesto sonoro que representaron los aplausos de las ocho en apoyo a los sanitarios. ¡Y qué decir de la música, que pasó a ser protagonista de tantos momentos de nuestro confinamiento! Otra actividad «esencial» para alimentar nuestra resiliencia al ritmo de canciones que permanecerán para siempre como iconos sonoros de una batalla ganada.
Ojalá esta experiencia vital de cada uno nos sirva para profundizar en las prioridades de nuestra existencia; para mejorar nuestra relación con la naturaleza (quizás para ella no seamos imprescindibles, pero ella para nosotros sí que lo es); para convencernos de la importancia de trabajar unidos por el bien común; para valorar las pequeñas y ordinarias cosas que dábamos por supuestas; para mejorar nuestra relación con los otros (aunque todavía queden días para darnos todos esos abrazos pendientes) y con el Otro (en la pequeña iglesia doméstica y en los templos digitales descubrimos que también era posible el Encuentro)… Siempre, en la confianza de que #TodoVaAirBien si actuamos de buena fe y desde un corazón generoso. En este tipo de corazón es en el que queremos conservar a todas las personas que durante este tiempo nos abandonaron, en la esperanza de que ya están siendo partícipes de la VIDA del Jesús Resucitado.