Con la cercanía del verano y la puesta en marcha de los campos de trabajo hay que recalcar que aún no hemos recuperado la “normalidad” , la pandemia sigue dando sus últimos coletazos, ojalá que sean los últimos. Este curso, tampoco se ha hecho una convocatoria abierta para participar en los campos de trabajo de SED. Sólo participarán algunas pocas personas, previa petición de las contrapartes locales, y con la autorización de los responsables de la ONG.
Esperemos que el próximo curso sí que tengamos la oportunidad de disfrutar todos y todas de esta experiencia tan enriquecedora como educadores y educadoras maristas. Este verano también podremos compartir sus vivencias aquí, recordando siempre el valioso recurso educativo que es ser voluntario/a; para trabajar en nuestros colegios y obras sociales.
Conocemos como se vive la experiencia en los campos de trabajo gracias al testimonio de dos educadores maristas que nos cuentan una de sus vivencias.
«Este verano hemos tenido la suerte de poder participar en el Campo de Trabajo y Misión (CTM) de Uspantán en Guatemala. Quizá haya sido el CTM donde hemos vivido con más intensidad la parte de ‘Misión’. En primer lugar, porque hemos estado en un entorno profundamente espiritual, sediento de formación religiosa y con un ambiente celebrativo excepcional. Y en segundo lugar porque así nos lo planteábamos como matrimonio ‘novel’, ya que esta vez teníamos algo extra que compartir con ellos», cuentan.
«Es curiosa la capacidad que tenemos las personas para adaptarnos al entorno en el que estamos. Cuando salimos de España pensábamos que las condiciones en las que íbamos a vivir serían muy difíciles, pero poco a poco lo que en un principio nos inquietaba, enseguida pasó a ser un escenario cotidiano en el que nos sentíamos cómodos.
Durante cinco semanas hemos vivido en las aldeas cercanas a Uspantán, en un ambiente rural. Allí hemos encontrado gente sencilla y humilde, campesinos que se han afanado por cuidarnos como si fuéramos sus hijos, y sin conocernos de nada nos regalaban su mejor sonrisa. En su expresión no había maldad y en sus comentarios no había segundas intenciones.
Nuestra tarea ha consistido en acompañar y compartir con las comunidades, rezando con las familias, visitando a los enfermos, apoyando en las escuelas, reuniéndonos con los jóvenes, dando formación religiosa… Cada familia a la que visitábamos nos recibía con una gran sonrisa y la frase: ‘¡pasen adelante, descansen!’. En todo momento Dios estaba a flor de piel, en la iglesia, en los que ayudan en la celebración de la palabra, en los enfermos, en los encuentros con las personas, en la lluvia que hace crecer sus cosechas, en la naturaleza exuberante.
Estos días hemos aprendido que siempre hay tiempo para pararse a preguntar “¿qué tal estás?”, e incluso, quedarte a escuchar la respuesta; que a veces tenemos aspiraciones que nos quitan la paz y no nos llevan a la verdadera felicidad; que hemos sido muy afortunados por la mochila de recursos que nos han ido aportando todas las personas con las que nos hemos cruzado en el camino. Hemos vuelto a recordar la importancia de la educación especialmente para la formación de conciencias críticas que luchen por conseguir sus derechos y los de sus comunidades. ¡Qué importante seguir apoyando la educación en esta zona rural de Guatemala! Muchos niños y niñas tardan dos horas caminando para llegar a la escuela y hacen verdaderos esfuerzos, tanto ellos como sus familias, por seguir estudiando. Qué alegría cuando compruebas que son los jóvenes con estudios los que tienen más oportunidades y liderazgo en sus comunidades; ¡cuánto valor tiene la educación como potente herramienta para lograr el cambio! Con un poco de envidia sana, comprobamos que a los niños les encanta ir a la escuela, a pesar de que algunos maestros estén más preocupados de otros asuntos que de educar. Las ganas de leer, de aprender, de hacer cuentas de los niños y niñas contrasta con lo que en nuestra realidad son caras largas y un largo “Joooooo, profe… ¿otra veeeez?”.
En estas experiencias siempre hay momentos de frustración y de rabia al conocer la realidad; por ejemplo cuando compruebas la fragilidad de la vida de los niños (alta mortalidad de niños menores de cinco años), la carencia de necesidades básicas que siguen sin estar cubiertas, el abandono escolar temprano por las dificultades económicas para acceder a la educación secundaria, la ausencia de líderes en la aldea debido a la guerra civil que sufrieron, la desestructuración familiar que existe por la alta migración de los padres de familia hacía la costa y Estados Unidos.
Sin embargo, volvemos muy agradecidos de haber conocido a tantas personas generosas, sencillas, acogedoras y de enorme fe, con una entrega absoluta a su familia, y a niños y niñas entusiasmados por aprender; volvemos agradecidos de habernos podido acercar a una cultura diferente; y felices de haber comenzado nuestro matrimonio junto a los preferidos de Dios, que nos han dado muchas lecciones a aplicar en nuestra vida.
Al regresar aquí, a España, y compartir la vivencia con la gente, alguien nos ha preguntó: “¿Y por qué os acogían en su casa y os daban de comer?” La pregunta nos ha interrogado profundamente, porque no se debía a lo que pudiéramos aportarles (ya que ellos ni siquiera sabían lo que íbamos a hacer nosotros, ni si éramos buenas personas o no). Su hospitalidad es incondicional, antes de conocerte, antes de valorar si les has aportado algo o no, de saber si eres buena gente o no; ellos te acogen en la mejor casa de la aldea para que duermas y te preparan la mejor comida que tienen (y no es lo que les sobra, sino una comida de fiesta de la que ellos se privan para regalártela). Cuánto tenemos que aprender de esa hospitalidad los de los países “desarrollados” que nos dedicamos a poner vallas en las fronteras para que no entre la gente que sufre y que huye del horror, los que miramos para otro lado cuando alguien necesita acogida, los que desconfiamos en un primer momento de la gente hasta que nos demuestra que son de fiar, los que damos lo que nos sobra para que no nos afecte a nuestro nivel de vida.
Para terminar, queremos dar las gracias a SED por facilitarnos vivir esta experiencia que nos ha reavivado el corazón y la fe; dar las gracias a las Hermanas de la Sagrada Familia que nos han hecho sentir el convento de Uspantán como nuestra casa; a las personas de la aldeas que hemos visitado que con tanto esmero nos han cuidado y acogido; y a Dios por llamarnos a dejar por unas semanas nuestra ‘tierra’ para salir a encontrarnos con Él en los necesitados».
Alex Balcells y Rocío Herranz
CTM Uspantán (Guatemala)