Mientras encuentro un rato para sentarme a ordenar mis pensamientos, en medio del ir y venir de los jóvenes y las clases, de los sentimientos y las emociones que viajan junto a ellos, del bullicio, las risas, los rostros de hastío, alegría, cansancio, optimismo... comienzo a sentir, por primera vez de un modo más profundo, la suerte que tienen nuestros alumnos y, la suerte que tenemos cada uno de nosotros, de pertenecer a la familia marista, y vivir la educación que desde aquí se practica y se defiende.