Para la tercera semana (que no última) nos esperaba un lugar inigualable, una antigua abadía del siglo XII donde el recogimiento y la tranquilidad nos han acompañado durante todo el tiempo. La acogida, tanto por parte del hermano Andreu y Ángel como de la comunidad de hermanos de Les Avellanes, fue inmejorable; como siempre, nos han hecho sentir como en casa y han estado pendientes de nosotros a todas horas. Compartir con ellos los espacios, comidas y, sobre todo, muchos momentos, han hecho de esta experiencia algo más que eso.